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Seis de cada diez personas comparten contenido en redes sin leer. Solo se fijan en el titular o la foto.

Seis de cada diez personas comparten noticias en Internet, sin leerlas. Esto concluyó una investigación de 2016 de la Universidad de Columbia. ¿Será verdad? EL COLOMBIANO quiso comprobarlo: posteamos en redes un artículo titulado ¡Cuidado! Pueden bloquearlo en Internet si comparte noticias falsas. El texto tenía información disparatada, como un analista llamado Fulano de Tal, y al final se aclaraba que la información era falsa.

El lector debía llegar hasta el final del artículo para darse cuenta del truco. Una semana después las conclusiones fueron desalentadoras: compartimos lo que no leemos y fácilmente difundimos mentiras.

El 89 % de los comentarios demostraron que los lectores no leyeron la nota y, en su lugar, reprodujeron mensajes de odio, en tono de arenga y, muchos, sencillamente ingenuos. A pesar de esto, la información falsa se difundió sin muchas talanqueras.

Se encuentran comentarios como estos: “Ya suena justificación para las campañas electorales a favor del comunismo”. “Siguen allanando el camino para una dictadura”. Un usuario incluso dijo: “Ojalá sea cierto”.

También hubo quien se dio cuenta del experimento: “Si al menos la mayoría de los que comentaron este artículo, se hubieran detenido a leerlo, se darían cuenta, de que no son críticos con lo que escriben, sino mas bien los mismos autores de cadenas falsas, están dando comentarios sin bases. #NiQueNoLeyera, muy buen artículo El Colombiano”.

El peligro de la desinformación es mayor en épocas electorales, en las que el lector es susceptible al rumor generado por cadenas de noticias y acalorados post de Twitter o Facebook.

Noticias falsas y el dilema de la desinformación

Hay consenso general acerca de que decir “noticias falsas” es una expresión confusa, que en sí misma desinforma, prolonga el problema y puede ser contraproducente. Comúnmente se la relaciona con otro término también impreciso: posverdad. Ambos plantean más preguntas que respuestas y han propiciado acalorados debates sobre todo en redes sociales y medios de comunicación.

La identificación del problema de las noticias falsas implica la relación de diferentes tipos y categorías de desinformación, más agudizados en el mundo de hoy por la influencia de la cultura digital y las redes sociales. El único canal de información ya no son los medios de comunicación tradicionales (radio, prensa, televisión); Internet y las nuevas plataformas digitales, así como otros medios no periodísticos, influyen de manera directa en la opinión pública e informan (o desinforman) al ciudadano.

El Consejo de Europa, con el apoyo del Centro Shorenstein de Harvard Kennedy School y First Draft, publicó recientemente un informe sobre desinformación mediática en plataformas digitales. Una de las conclusiones fue que había que dejar de usar el término “noticias falsas” para describir el fenómeno y reemplazarlo por “desorden de información”, que cobija otros tres: misinformación, desinformación y malinformación, y que tienen que ver con el nivel de intención de hacer daño con la información, sea falsa o verdadera.

Jorge Caraballo, periodista especializado en innovación de medios y colaborador de No como cuento, una iniciativa multidisciplinar que analiza los fenómenos de divulgación masiva falsa a través de Internet y su impacto en la democracia en Colombia, indica que en EE. UU. en general se está creando un consenso entre periodistas para dejar el término noticias falsas a un lado: “La primera razón es que lo usan políticos o personas con intereses privados para dañar a los periodistas. En segundo lugar, las noticias falsas son simulacros de noticias que aparentan tener los criterios que tiene un artículo”.

Anota el periodista que, en cambio, la desinformación es mucho más sofisticada y eficiente. Por ejemplo, dice que existen ejércitos de robots y herramientas tecnológicas programadas para sacar adversarios políticos o para desestimular el diálogo cívico. “Se contratan agencias que tengan la capacidad de programar cuentas falsas (bots) en alguna plataforma y, cuando se detecte la discusión que no se quiera plantear, entran con un lenguaje tóxico y agresivo para desincentivar la participación”.

Aclarar el término

En este caos informativo conviene separar contenidos falsos de noticias falsas. Internet se volvió en la principal fuente de información, y eso la convirtió en un recipiente gigante de desperdicios y engaños humanos. Por eso, para el profesor, analista de medios y columnista, Mario Morales, es importante aclarar que contenidos falsos hay por montones, pero noticias falsas no hay tantas: “Revolver una cosa con la otra es dañino para el periodismo porque asume que está generando noticias falsas”. Por eso propone entender una noticia falsa siempre y cuando se clarifiquen tres puntos.

Primero, no es un fenómeno nuevo ni exclusivo del periodismo. “Los medios y las redes sirvieron para potenciar y servir de caja de resonancia a las noticias falsas, que han sido connaturales con el ser humano. En la medida que la difusión se incrementa, también lo hace el uso de estas”.

Lo segundo, es que es distinto hablar de contenidos engañosos. “No es tan cierto que periodistas o medios difundan noticias falsas. Hablar de ellas es apuntarle al periodismo una estigmatización que no tiene base, porque uno parte del principio de buena fe de que los medios y periodistas no trabajan en esa dirección”.

El profesor indica que esos contenidos falsos tienen más eco a través de redes sociales que por la incidencia de los medios de comunicación. “Eso quiere decir que alguien fabrica un contenido falso que alcanza algún impacto por la identificación o reconocimiento que genera en quien lo recibe, que a su vez lo reenvía, formando así una bola de nieve”.

Finalmente, se podría añadir un problema adicional. Las personas hacen todo lo posible por no entrar en contradicción. El profesor Morales indica que los ciudadanos están buscando información con la cual se puedan identificar y para la que no se tienen los filtros necesarios. “Como diría Hegel, hace siglo y medio, el hombre contemporáneo, primero, está proclive a creer; segundo, quiere pensar que los demás deben pensar como uno cree”.

Este fenómeno se ha estudiado desde la psicología. El término empleado es la “disonancia cognitiva”, que implica la forma como las personas intentan mantener su consistencia interna, de cómo los individuos tienen una fuerte necesidad de que las creencias, actitudes y conductas sean coherentes entre sí. De algún modo, por tonto que parezca, leemos lo que queremos leer. Lo cierto es que la contradicción no está de primera en el abanico de posibilidades humanas. Esto también lo entienden las redes sociales con sus famosos algoritmos. Desde Facebook o Twitter, hasta lo que vemos (Youtube) o escuchamos (Spotify), todo está programado para satisfacer nuestros deseos, inclinaciones e intereses.

Otras formas de desinformación

A estas alturas, habiendo señalado que lo que llamamos noticias falsas es un campo más amplio, es preciso anotar que no son las únicas en el terreno de juego al analizar su influencia en los procesos democráticos. En este sentido, Jorge Caraballo precisa que si bien las noticias falsas sí son un fenómeno real, hay muchas otras formas de desinformación que tienen más impacto político y en la opinión pública. Una de ellas son los memes.

Los vemos todos los días. Nos llegan en cadenas de Whatsapp, se comenta a bocajarro en los almuerzos, en las redes sociales se difunden. Generalmente vienen cargadas de humor y se caracterizan por ser ofensivos, clasistas, excluyentes, pero sobre todo, la gente se identifica con ellos. Cree, comparte, se difunde y se convierte en “verdad”.

“Los memes, en el caso de la información, son ambiguos –comenta Caraballo–. En las elecciones presidenciales de Estados Unidos, o en el Brexit, se crearon para polarizar. Quieren que todo el proceso pase por la emoción más que por la razón, y evidentemente esto te polariza, te pasa a otro nivel”.

¿Qué soluciones hay?

Los medios de información tienen la obligación de hacer lo que desde siempre han debido hacer: la verificación de la información (conocido como fact checking) y ejercicios básicos como confrontar las fuentes.

En cuanto al ciudadano, la solución no parece tan clara. Podríamos decir que si usted está leyendo esto y llegó hasta aquí es porque ya es un lector consumado, que definitivamente verificará cualquier titular, frase o discurso sospechoso.

Por su parte, Caraballo indica que la educación y el análisis de estos temas ayuda. “Es importante contarle a la gente y decirle que están sirviendo a intereses ajenos, con ejemplos de lo que ha pasado, cuando una sociedad replica cosas de ese tipo y toma decisiones que luego las afectan”.

Ahora bien, cuando lea una noticia o le llegue un mensaje chistoso, impactante o sospechoso, con el mero ejercicio de pensar dos veces y de revisar la información, ya está siendo usted un ciudadano más responsable.


Fuente: http://www.elcolombiano.com

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